Teatro Bogotá: de la X a la O
Le Clézio llamó a su "discurso" en la Academia Sueca "En el bosque de las paradojas". Y así nos sentimos quienes asistimos el miércoles 10 a una sesión pre-inaugural del Teatro Bogotá, hace unos años dedicado al cine X y ahora convertido en una sala musical y de teatro. Y lo que son las paradojas de la vida. Hace unos años, cuentan quienes asistieron a sus funciones continuas de cine porno, le apagaban a uno los cigarrillos en la espalda. En esta ocasión, en un bello teatro, rescatado y transformado por la Universidad Central, al lado del emblemático Teatro Faenza, nos sentamos en su nueva silletería, y ya los cigarrillos no estaban en nuestra espalda, sino allá al frente, como parte de la idea central de la obra que cantaban y actuaban los integrantes del Taller de Ópera de la Universidad Central, que dirige Sarah Cullins, "Il segreto de Susanna", del italiano Ermanno Wolf-Ferrari (1876-1946) (foto), donde liquidaron casi un paquete para poder solucionar el argumento de la obra, que anidaba en la ambigüedad provocada por los celos y los cigarrrilos. La gente se divirtió y rió a montones, y todos gozamos con las voces de estos jóvenes que ya comienzan a copar los demorados escenarios -en Colombia- del canto lírico, acompañados por el pianista Alejandro Roca. En la primera parte del programa habían presentado el Acto I de La Golondrina de Giacomo Puccini, con lo cual no sólo habían puesto a prueba sus excelentes voces, sino la excelente acústica de la nueva sala. Los cito a todos porque en unos años serán parte de la historia de este Teatro Bogotá (Calle 22 No. 5-66), que ha pasado de la X a la O de ópera y de omega cultural y artístico: Narda Muñoz, Juliette Vargas, Camilo Colmenares, Germán Cruz, Fernando Caro, Ana María Ruge, Dennise Cepeda, Luis Alejandro Vargas, Pablo Gómez, Christian Correa, Marco Antonio Gualdrón, Francis Diaz (asistente repetidor), Álvaro Franco (director escénico), Adán Martínez (maquillaje).
La calle 22. entre 5a. y 7a. de Bogotá, se convirtió en la Calle de los Teatros (al frente están el Teatro México y el Azteca, todos de la Universidad Central), como se lo imaginó en sueños el rector Guillermo Páramo. Con la ayuda del gran arquitecto, como dirían los hermanos, Jairo Novoa y su equipo de trabajo.
No deja de ser curioso la paradoja de la cultura como una caníbal ocasional. Los teatros han desaparecido, efecto de la ola comercial de cadenas de cines (como de comidas, ropa, drogas, y demás, tan de moda en estos tiempos). Ya poco queda de aquellos lugares sórdidos, dignos de una aventura punk-criminal, en donde uno sabía como entraba pero no como salía. Sus usos han sido transformados a diferentes clases: iglesias evangélicas, almacenes de cacharrerías y parqueaderos. Que bueno que se esté aprovechando el debilitamiento de los antros debido al acceso de internet para adquirir la más variada pornografía, y así poder explotar de la mejor manera dichos sitios. Si el león enferma y pierde sus garras y colmillos, tontas serían las cebras si no aprovechan y lo aniquilan.
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