Alice Munro, Nobel de Literatura 2013

Cada año, por esta misma fecha, nos gusta hacer apuestas sobre quién puede ser el Premio Nobel de Literatura del año, el más destacado entre los demás Nobel (de ciencias y paz). En diciembre, el único que habla en representación de los demás es el de literatura. Este año ese discurso le tocará a la gran señora del cuento en el mundo, Alice Munro, casada dos veces, con cuatro hijas y residente entre Victoria y la provincia de Ontario, donde nació en la zona rural de Whingham.
En esta ocasión la Academia premió a una mujer y a un género que suele quedar por fuera, el cuento. Alice Munro (1931) condensa esas dos condiciones de manera maravillosa. El mundo predominante en su obra se debe a la mujer, pero sin que ella, Alice, sea feminista. Por el contrario, sin banderas que arrecien resentimientos, su cuentística, o su narrativa (porque, también, tiene una novela de 1971, Las vidas de las mujeres), zurce o teje (para usar verbos que suelen ser femeninos) los más variados pliegues y repliegues, las más contradictorias caras y máscaras, los más oscuros vericuetos, del ser humano, pero generados a partir de la mujer, entre ellas o en la relación de pareja. En eso, Alice es profesional y desprevenida. No privilegia, ni salva, a nadie. Se regodea con la bondad y la maldad humanas, y las exprime con sinceridad y no sin humor en el fondo. Quizás por eso la Academia ha hablado de “realismo psicológico”, al darle el premio. En un libro suyo (toda su obra, repito, con la excepción de su novela, son cuentos), El amor de una mujer generosa, existen textos donde ese realismo psicológico le sirve para engañar al lector. Para eso, trabaja como realidades lo que, simplemente, son fantasías de sus personajes, y si el lector piensa como el personaje, resultará engañado. Ese doble engaño me encanta. Alice Munro profundiza en él y, con una organización perfecta del cuento, con armonía y sutiliza increíbles, arma peripecias que en sus cuentos, no siempre cortos, conquista al lector página a página. La apabullante riqueza de su mundo no reside, sin embargo, en la acción violenta –que, siempre, se presiente implícita-, sino en la sinuosa molicie o perversidad de las relaciones humanas. Entonces ella, Alice Munro, se acerca a autores como Chejov, Cheever o Carver. Pero yo la veo mucho más allá. Ella es Alice Munro, la que se dejó el apellido de su primer marido, estando casada con el segundo.

(Publicado en Diario del Huila, Neiva, 12 de octubre de 2013, y en El Espectador, Bogotá, 13 de octubre de 2013).

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