Juan Carlos Onetti hace 33 años
Juan Carlos Onetti en Cuba: «Sí, estuve preso»[1]
Digo que no quería tanto a Onetti como ahora sobre todo después de esa noche en que aprovechando su copa de vino y el jolgorio que se habían inventado algunos para clausurar nuestra estadía en la Isla de Pinos, se levantó lentamente y desde una esquina habló con devoción de la Revolución Cubana. «Aquí todos sienten la Revolución», dijo, como descubriendo un mundo, para ponerle la nota más alta al acto y dejar en medio de su informalismo -y el de la reunión- su voz pausada, ondulante y golpeada, entre uruguaya y argentina, a la cabeza de todas las demás, que ya no tuvieron nada que decir.
Esto ocurría en la última semana de enero cuando todos los jurados del Premio Casa de las Américas 1976 nos encontrábamos concentrados no sólo en la hermosa Isla de la Juventud (como se llamará) sino en las 608 obras que habían llegado de América Latina, las Antillas y los países socialistas al Premio. Pero antes, el 20 de enero, Onetti había concedido una rueda de prensa, un conversatorio como se llamó, en donde lo oímos por más de dos horas y en donde pudo él comprobar que podía hablar de lo que le diera la gana. «De modo que yo he venido acá dispuesto o expuesto -dijo- a que pregunten lo que les dé la gana y yo contestaré como se me dé la gana y todos contentos.»
Era el humor insolente de Juan Carlos Onetti, el único que le permite romper -como nos pasa a algunos- su timidez nerviosa, lo que se hacía presente a primera vista. Por eso había comenzado ante el auditorio universitario que lo rodeaba así: «Bien, hay una cosa básica para mí que yo quería decir, que en cierto modo me tortura desde que se me anunció que yo tenía que asistir a este acto de sacrificio. La verdad que soy un hombre muy tímido, un hombre que busca estar en segundo o tercer o cuarto plano. Es decir, no asisto a eso que llaman mesas redondas, reportajes televisivos, porque todo ello ... en primer lugar mi timidez de la que ya hablé y en segundo lugar mi escepticismo; yo creo que estas cosas pueden tener gran utilidad en el sentido de clara amistad pero no en el sentido de que puedan ayudar a la literatura.»
En ese momento comenzó el conversatorio más difícil al que haya asistido yo (incluyendo aquellos donde he sido uno de los interlocutores) en muchos años. Porque nadie entonces levantaba la mano para indicar la pregunta. El alegre y fulminante mamagallismo de los cubanos entraba en receso. Todos nos mirábamos y nos sobábamos los dedos. Hasta que la pregunta más fácil saltó al ruedo. Y él contestó:
«Sí, estuve preso. No fui torturado físicamente pero estuve más de ocho días en una celda más pequeña que mi estatura, donde uno no puede hablar con nadie. Ni abogado ni nadie. Y eso parece una tontería, pero el desgaste psíquico es grande. Es una experiencia espantosa, pero eso en fin ya pasó. Metí las patas como jurado en el concurso de cuentos y se acabó.»
Onetti vive ahora en España, sufriendo las consecuencias de las torturas físicas y psíquicas de la dictadura uruguaya y el amargo exilio de un hombre que se acerca a los setenta años.
Todos nos volvimos a callar. Hasta que Onetti dijo: «Miren que ante el enmudecimiento general voy a darles un minuto y si nadie habla me voy». Y como rompiendo el hielo remató: «Pero, ¿qué quiere decir entre ustedes conversatorio?» Estallamos en risas, reacomodamos las grabadoras y nos llenamos de preguntas. El comenzó a responder si en su literatura podría reflejar las experiencias de la cárcel para continuar en el hilo de la primera pregunta. Sus ojos son más grandes y le alcanza a temblar la mano con el cigarrillo que fuma incesantemente. Y jamás su modestia fue más grande, también. Dijo que él era solamente un individuo, que él sabía lo que le sucedía en las cárceles y cuarteles del Uruguay a «centenares de gentes y familias que van a preguntar por su gente y no están en ningún lado...» Y habló de la Argentina, del «terror que será eso en Chile ¿no?, después de esa pinocheteada, que es una pinocheteada que yo, así con gran tristeza, se la auguro a la Argentina... Y después quedará el Brasil con el apoyo de quienes todos ustedes saben, porque Brasil va a llegar el momento en que va a ser el capataz de Suramérica.»
Se acercan más los conversadores y le toca el turno al futuro de la literatura latinoamericana. «En mi país, mira, las editoriales han desaparecido y se han trasladado a la Argentina.» Luego cita a un novelista colombiano cuyo nombre no recuerda y cuya novela recuerda deficientemente (El jueves llega el arzobispo), para. concluir diciendo: «Y eso me lleva a pensar en un problema muy grave que es la incomunicación de los países en Suramérica. Es decir, yo no me entero qué es lo que se ha publicado en Bolivia o en Perú, en el Ecuador o Colombia o Venezuela, nooo, jamás, eso no llegaba; llegaba cuando era un bestseller, como en el caso de García Márquez. Yo no sé qué se escribe en los países de South American -lo dice arrastrando más las sílabas y untándolas de su adolorida ironía-. Hay una incomunicación absoluta.»
-¿Y sobre qué está escribiendo ahora Onetti?
«¡Aaahh! -dice casi cantando, mofándose-, una novela... como siempre... una novela.» Todos volvemos a reír. «Saldrá buena o mala... mientras yo la quiera, mientras siga amando... bueno, es como casarse, ¿entiendes?, porque en realidad habrá, claro, escritores que puedan liquidar una novela en un año, para mí no, yo soy monógamo, entonces me enamoro de esa novela y desgraciadamente me demora dos o tres años redactarla y de pronto aparece un personaje que jamás había soñado con él o aparece una circunstancia que tampoco yo había pensado... y entonces sigo y sigo y sigo y de pronto se publica.» Ahora todos han vuelto a reír porque Onetti mientras hablaba, le ha dicho al fotógrafo (que le daba vueltas y se sienta en el suelo a dos metros frente a él): «Sácame bonito, ¡éeehhh?!» Y el fotógrafo le ha disparado otra diciéndole: «¡Cómo no!» En seguida sigue hablando de su forma de escribir, asociando de paso muchos temas a la vez, casi hablando con él mismo, con la lógica de su conversación, donde cuentan más su entonación, sus interrupciones, sus acotaciones o la apagada del cigarrillo para prender otro. Y sigue:
«Mire, yo he sacrificado... yo soy un tipo que tiene cierta disciplina muy vaga, que es la de dedicar toda la noche del viernes hasta la madrugada a escribir.» De pronto, como si entre esa frase y la que viene hubieran pasado muchos años dice: «Pero esto no es verdad, eso sí he sido un individuo que escribe cuando se le da la gana; me viene el impulso de escribir, entonces escribo, lo anoto en un papel, en la libreta, le pongo libreta número uno, dos, libreta negra, libreta verde, después se entrevera todo. De pronto hay pedazos que quedan perdidos que no sé dónde ubicarlos. Este es un asunto que he conversado mucho con mis amigos, con esos que tenían una disciplina firme de escribir todos los días y lo hacían, cumplían. Yo, yo, les preguntaba asombrado: ¿ustedes sacan sus chicos, pueden jugar con sus hijos, disfrutan del bosque?»
Entonces retorna el silencio, una pausa larga eterna, él aspira su cigarrillo y todos quedamos pensando con respeto... este Onetti... volverá a hablar o tendremos que lanzar la otra pregunta. Y él con su cara de historia, llenos los ojos, ancha su frente, con sus gafas paticortas —su sien es muy grande—, se sonríe: «Yo creo que este silencio significa la aprobación de todas las bellezas que yo acabo de formular.» Todos nos familiarizamos con el novelista y vuelven las preguntas. Otro compañero pregunta por la relación entre su amor a sus novelas y lo que es la literatura para él. Cree ver un doble fondo y por eso dice: «iAh!, nooo, no tiene nada qué ver lo uno con lo otro. ¿Qué es para mí la literatura? Tengo que ser absolutamente sincero o cínico. Para mí escribir es tan parecido a un acto de amor... cuando estoy escribiendo soy feliz. Ahora viene la segunda pregunta, la de la cascarita, ¡para qué escribe usted?, ¡con qué fin? Sí... me la sé...» Todo mundo ríe y otro pide consejos para los nuevos escritores: «Bien, hace muchos años leí una frase de un escritor que creo que era francés, que decía que los jóvenes literatos se dividían en dos grandes categorías: los que quieren llegar a ser escritores y los que simplemente quieren escribir. Entonces el que quiere escribir escribe; ahora hay otros que quieren llegar a ser escritores. Y hay una gran diferencia entre una actitud y otra.»
-¿A los que quieren ser escritores qué les puede decir?
«A mí no me interesan los que quieren ser escritores. Es como una desgracia que le cae a uno de arriba del cielo, bueno y tenes que escribir. Perder horas y horas escribiendo sin saber si un día te van a publicar, si es bueno o malo... mire, yo he escrito muchísimos capítulos, realmente muchísimos en aquellos viernes sagrados que tuve en mi tiempo, sabiendo que no iban a caber en la novela que estaba escribiendo, pero me venía la tentación de ese capítulo... claro, habría podido ganar dinero si convertía eso en un cuento, pero esas trampitas no me gustan. Y entonces yo me digo: Onetti, eso sucedió hace tiempo... seguí... yo sigo con mucho amor.»
-¿Qué es lo que usted aprecia más en un escritor?
«¡Ah!, muy simple: el talento. Se acabó. Tiene talento de escritor o no tiene talento de escritor...».
-¿Y cuál es la calidad que más admira en un ser humano?
«En un ser humano tal vez para mí la cualidad que más admiro es la palabra que se llama lealtad. Si es leal es amigo mío. Yo admiro eso como la mayor condición humana. Después podemos pasar a complicar las cosas.» Y continúa con el estribillo con que inició. Había dicho que el conversatorio saldría mejor si se repartiera antes que nada una ronda de ron. Ahora ha dicho: «Ya que el ron no viene.» Y luego de citar al amor, por ejemplo, se ha dirigido a Garzón Céspedes, agitando la conversación: «¿Cuál es la cualidad que usted más admira en el amor? ¡Te lo estoy preguntando yo a vos'». Garzón responde: «Yo creo también que la lealtad. El problema estaría en la lealtad a qué».
El conversatorio toma otro rumbo. Alguien pregunta por la tradición literaria en América Latina que en muchas ocasiones ha sido rechazada indiscriminadamente y en Cuba trata de replantearse. Onetti se desgaja. «Si tuviera que buscar una solución... lo veo como muy difícil... porque yo quisiera que la literatura latinoamericana pudiera desprenderse de ese lastre folklorista, pero que no se pudiera desprender del todo: que sigan apareciendo los problemas de América, de nuestra pobre América, pero que fueran tratados literariamente de otra manera, de una manera mucho más moderna. Claro que yo no sé lo que piensan ustedes acá. Porque, por ejemplo, en mi país, en Uruguay y en Argentina, que también es mi país, porque pasé la mitad de mi vida ahí, se ha producido ese desprendimiento de lo folklórico, de lo autóctono, pero se ha producido, para mi gusto... perdón... este... de una manera exagerada, es decir, nos hemos ido a Europa. Pongo como ejemplo claro, para que se entienda bien, a Jorge Luis Borges... puede ser amigo íntimo de Casa de las Américas (un murmullo invisible se sonríe)... pero usted se da cuenta cuando se llega a ese grado excesivo de universalidad, a esa ausencia de la realidad, porque en realidad... me estoy repitiendo...,creo que estoy fatigado... esta es una fuga de la realidad: es no querer ver los problemas de América. Ahora el señor Borges, por ejemplo, hace poco, antes de que lo echaran por ladrón a Nixon, él hizo una traducción de Wait Whitman y se la dedicó a Richard Nixon. Bueno, ya llegamos a... Y hay otras declaraciones de Borges... estoy usando a Borges como un ejemplo de lo que es esa gente de la burguesía argentina, la burguesía portería. Estoy pensando entonces si es que él se dedica a tomarle el pelo a los periodistas o si está tan ga-gá para eso. No debe estar tan ga-gá porque apenas me lleva diez años... Dijo que el problema de los negros en los Estados Unidos era culpa del gobierno de los Estados Unidos porque si hubieran matado a todos los negros como los matamos nosotros acá no habría problemas... Chau, queda contestado... Teniendo el hombre una cultura literaria asombrosa, ¿no?, yo he hablado con él; el hombre sabrá de literatura pero no sabrá lo que está pasando frente a sus narices...».
-Onetti, pero hace un rato le pedía al escritor solamente talento. ¿No se contradice?
«No. Lo primero que yo considero es que tenga talento. Ahora, yo puedo hablar de Ezra Pound glorificando a Mussolini, de Hamsun glorificando a Hitíer y sigo con admiración por las obras que han hecho. Políticamente sí que son unos degenerados, unos vivos que quieren acomodarse... Yo no veo la contradicción.»
-¿No la ves?
«Porque yo los estoy juzgando desde dos puntos de vista, desde el punto de vista humano que son unos seres despreciables, desde el literario que son admirables... ¡Yo qué culpa tengo!» Y a pesar de las risas y de la salida de Onetti ni él ni nosotros quedamos convencidos de la susodicha dualidad. Pareciera que por primera vez descubriera tan de cerca un solo fondo en el problema, aún no aclarado todavía.
El fotógrafo se ha cansado, las preguntas cortas se suceden y al atardecer la calma se confunde con el inevitable humor de Onetti. Le preguntan por El astillero y él dice que existió en la realidad.
-¿Pero hay un símbolo en él?
«¡Ahí viene la brava! No hay voluntad de símbolo, es todo lo que puedo decir ahora, después resulta que sí. Es decir, no quise hacer con El astillero una cosa simbólica y desgraciadamente hice una cosa profética. Porque hoy el Uruguay, mi país, es eso. Está viniéndose abajo así.»
-¿Usted qué opina de Jorge Onetti como escritor?
«¡Ah!, esto es ya un lío familiar, qué sé. Bueno, de Jorge he leído fragmentos de cuentos magníficamente escritos. Después hizo esa novela apresuradísimo porque tenía que tener no sé cuántas cuartillas para poder concursar y tuvo que rellenarla, esa parte final fue hecha sin amor, cosa que yo le reproché y bueno...»
-¿A qué obras suyas recuerda con más amor?
«Le contesto, sí, inmediatamente. Una cosa muy breve que se llama Los adioses creo que es mejor que El astillero. Ahora, como riqueza de temas posibles, yo señalaría un libraco que se llama La vida breve... me acuerdo que se lo llevé al editor, que era un gallego, entonces pasé a la oficina y estaba sopesando el libro como si estuviera vendiendo una libra de carne, entonces me decía, la vida breve pero la novela larga, ¿eh?»
-Usted Onetti, ¿qué piensa de Juan Carlos Onetti?
«Cosa brava... porque esas son preguntas que generalmente se hacen a media luz. Qué te voy a decir. Creo que las virtudes de Onetti son virtudes negativas. Es decir, un ser carente de ambición, ¿y qué más calumnias puedo decir sobre mí?»
A Trini Pérez, la directora del Centro de Investigaciones Literarias de Casa de las Américas, quien había hecho la presentación del escritor y quien debería de acompañarlo por tres semanas más -por lo que podría escribir unas «memorias» sobre la vida, pasión y humor de Onetti-, ya le parecía que el conversatorio había llegado a su final. Se desprendía de la expresión de su rostro. Y fue así. Onetti habló brevemente de su vida a los 66 años, del presunto ataque al corazón que había sufrido en el Habana Libre («... y sentí que estaba cerca de la muerte... y pensé en la vida»), del compromiso del escritor con la realidad, su no admisión del lenguaje como protagonista de la literatura, del afán de originalidad en los escritores jóvenes, de la demasiada importancia que ellos le dan a las técnicas literarias. Y no más.
Un aplauso cerró la tarde. Bajamos el ascensor, cruzamos frente a los helados de Copelia y al cine Yara, volvimos al hotel. El sacrificio, diría Onetti con su insolente y generoso humor, había sido consumado.
(La Habana, 20 de enero, Bogotá, 20 de febrero de 1976).
Digo que no quería tanto a Onetti como ahora sobre todo después de esa noche en que aprovechando su copa de vino y el jolgorio que se habían inventado algunos para clausurar nuestra estadía en la Isla de Pinos, se levantó lentamente y desde una esquina habló con devoción de la Revolución Cubana. «Aquí todos sienten la Revolución», dijo, como descubriendo un mundo, para ponerle la nota más alta al acto y dejar en medio de su informalismo -y el de la reunión- su voz pausada, ondulante y golpeada, entre uruguaya y argentina, a la cabeza de todas las demás, que ya no tuvieron nada que decir.
Esto ocurría en la última semana de enero cuando todos los jurados del Premio Casa de las Américas 1976 nos encontrábamos concentrados no sólo en la hermosa Isla de la Juventud (como se llamará) sino en las 608 obras que habían llegado de América Latina, las Antillas y los países socialistas al Premio. Pero antes, el 20 de enero, Onetti había concedido una rueda de prensa, un conversatorio como se llamó, en donde lo oímos por más de dos horas y en donde pudo él comprobar que podía hablar de lo que le diera la gana. «De modo que yo he venido acá dispuesto o expuesto -dijo- a que pregunten lo que les dé la gana y yo contestaré como se me dé la gana y todos contentos.»
Era el humor insolente de Juan Carlos Onetti, el único que le permite romper -como nos pasa a algunos- su timidez nerviosa, lo que se hacía presente a primera vista. Por eso había comenzado ante el auditorio universitario que lo rodeaba así: «Bien, hay una cosa básica para mí que yo quería decir, que en cierto modo me tortura desde que se me anunció que yo tenía que asistir a este acto de sacrificio. La verdad que soy un hombre muy tímido, un hombre que busca estar en segundo o tercer o cuarto plano. Es decir, no asisto a eso que llaman mesas redondas, reportajes televisivos, porque todo ello ... en primer lugar mi timidez de la que ya hablé y en segundo lugar mi escepticismo; yo creo que estas cosas pueden tener gran utilidad en el sentido de clara amistad pero no en el sentido de que puedan ayudar a la literatura.»
En ese momento comenzó el conversatorio más difícil al que haya asistido yo (incluyendo aquellos donde he sido uno de los interlocutores) en muchos años. Porque nadie entonces levantaba la mano para indicar la pregunta. El alegre y fulminante mamagallismo de los cubanos entraba en receso. Todos nos mirábamos y nos sobábamos los dedos. Hasta que la pregunta más fácil saltó al ruedo. Y él contestó:
«Sí, estuve preso. No fui torturado físicamente pero estuve más de ocho días en una celda más pequeña que mi estatura, donde uno no puede hablar con nadie. Ni abogado ni nadie. Y eso parece una tontería, pero el desgaste psíquico es grande. Es una experiencia espantosa, pero eso en fin ya pasó. Metí las patas como jurado en el concurso de cuentos y se acabó.»
Onetti vive ahora en España, sufriendo las consecuencias de las torturas físicas y psíquicas de la dictadura uruguaya y el amargo exilio de un hombre que se acerca a los setenta años.
Todos nos volvimos a callar. Hasta que Onetti dijo: «Miren que ante el enmudecimiento general voy a darles un minuto y si nadie habla me voy». Y como rompiendo el hielo remató: «Pero, ¿qué quiere decir entre ustedes conversatorio?» Estallamos en risas, reacomodamos las grabadoras y nos llenamos de preguntas. El comenzó a responder si en su literatura podría reflejar las experiencias de la cárcel para continuar en el hilo de la primera pregunta. Sus ojos son más grandes y le alcanza a temblar la mano con el cigarrillo que fuma incesantemente. Y jamás su modestia fue más grande, también. Dijo que él era solamente un individuo, que él sabía lo que le sucedía en las cárceles y cuarteles del Uruguay a «centenares de gentes y familias que van a preguntar por su gente y no están en ningún lado...» Y habló de la Argentina, del «terror que será eso en Chile ¿no?, después de esa pinocheteada, que es una pinocheteada que yo, así con gran tristeza, se la auguro a la Argentina... Y después quedará el Brasil con el apoyo de quienes todos ustedes saben, porque Brasil va a llegar el momento en que va a ser el capataz de Suramérica.»
Se acercan más los conversadores y le toca el turno al futuro de la literatura latinoamericana. «En mi país, mira, las editoriales han desaparecido y se han trasladado a la Argentina.» Luego cita a un novelista colombiano cuyo nombre no recuerda y cuya novela recuerda deficientemente (El jueves llega el arzobispo), para. concluir diciendo: «Y eso me lleva a pensar en un problema muy grave que es la incomunicación de los países en Suramérica. Es decir, yo no me entero qué es lo que se ha publicado en Bolivia o en Perú, en el Ecuador o Colombia o Venezuela, nooo, jamás, eso no llegaba; llegaba cuando era un bestseller, como en el caso de García Márquez. Yo no sé qué se escribe en los países de South American -lo dice arrastrando más las sílabas y untándolas de su adolorida ironía-. Hay una incomunicación absoluta.»
-¿Y sobre qué está escribiendo ahora Onetti?
«¡Aaahh! -dice casi cantando, mofándose-, una novela... como siempre... una novela.» Todos volvemos a reír. «Saldrá buena o mala... mientras yo la quiera, mientras siga amando... bueno, es como casarse, ¿entiendes?, porque en realidad habrá, claro, escritores que puedan liquidar una novela en un año, para mí no, yo soy monógamo, entonces me enamoro de esa novela y desgraciadamente me demora dos o tres años redactarla y de pronto aparece un personaje que jamás había soñado con él o aparece una circunstancia que tampoco yo había pensado... y entonces sigo y sigo y sigo y de pronto se publica.» Ahora todos han vuelto a reír porque Onetti mientras hablaba, le ha dicho al fotógrafo (que le daba vueltas y se sienta en el suelo a dos metros frente a él): «Sácame bonito, ¡éeehhh?!» Y el fotógrafo le ha disparado otra diciéndole: «¡Cómo no!» En seguida sigue hablando de su forma de escribir, asociando de paso muchos temas a la vez, casi hablando con él mismo, con la lógica de su conversación, donde cuentan más su entonación, sus interrupciones, sus acotaciones o la apagada del cigarrillo para prender otro. Y sigue:
«Mire, yo he sacrificado... yo soy un tipo que tiene cierta disciplina muy vaga, que es la de dedicar toda la noche del viernes hasta la madrugada a escribir.» De pronto, como si entre esa frase y la que viene hubieran pasado muchos años dice: «Pero esto no es verdad, eso sí he sido un individuo que escribe cuando se le da la gana; me viene el impulso de escribir, entonces escribo, lo anoto en un papel, en la libreta, le pongo libreta número uno, dos, libreta negra, libreta verde, después se entrevera todo. De pronto hay pedazos que quedan perdidos que no sé dónde ubicarlos. Este es un asunto que he conversado mucho con mis amigos, con esos que tenían una disciplina firme de escribir todos los días y lo hacían, cumplían. Yo, yo, les preguntaba asombrado: ¿ustedes sacan sus chicos, pueden jugar con sus hijos, disfrutan del bosque?»
Entonces retorna el silencio, una pausa larga eterna, él aspira su cigarrillo y todos quedamos pensando con respeto... este Onetti... volverá a hablar o tendremos que lanzar la otra pregunta. Y él con su cara de historia, llenos los ojos, ancha su frente, con sus gafas paticortas —su sien es muy grande—, se sonríe: «Yo creo que este silencio significa la aprobación de todas las bellezas que yo acabo de formular.» Todos nos familiarizamos con el novelista y vuelven las preguntas. Otro compañero pregunta por la relación entre su amor a sus novelas y lo que es la literatura para él. Cree ver un doble fondo y por eso dice: «iAh!, nooo, no tiene nada qué ver lo uno con lo otro. ¿Qué es para mí la literatura? Tengo que ser absolutamente sincero o cínico. Para mí escribir es tan parecido a un acto de amor... cuando estoy escribiendo soy feliz. Ahora viene la segunda pregunta, la de la cascarita, ¡para qué escribe usted?, ¡con qué fin? Sí... me la sé...» Todo mundo ríe y otro pide consejos para los nuevos escritores: «Bien, hace muchos años leí una frase de un escritor que creo que era francés, que decía que los jóvenes literatos se dividían en dos grandes categorías: los que quieren llegar a ser escritores y los que simplemente quieren escribir. Entonces el que quiere escribir escribe; ahora hay otros que quieren llegar a ser escritores. Y hay una gran diferencia entre una actitud y otra.»
-¿A los que quieren ser escritores qué les puede decir?
«A mí no me interesan los que quieren ser escritores. Es como una desgracia que le cae a uno de arriba del cielo, bueno y tenes que escribir. Perder horas y horas escribiendo sin saber si un día te van a publicar, si es bueno o malo... mire, yo he escrito muchísimos capítulos, realmente muchísimos en aquellos viernes sagrados que tuve en mi tiempo, sabiendo que no iban a caber en la novela que estaba escribiendo, pero me venía la tentación de ese capítulo... claro, habría podido ganar dinero si convertía eso en un cuento, pero esas trampitas no me gustan. Y entonces yo me digo: Onetti, eso sucedió hace tiempo... seguí... yo sigo con mucho amor.»
-¿Qué es lo que usted aprecia más en un escritor?
«¡Ah!, muy simple: el talento. Se acabó. Tiene talento de escritor o no tiene talento de escritor...».
-¿Y cuál es la calidad que más admira en un ser humano?
«En un ser humano tal vez para mí la cualidad que más admiro es la palabra que se llama lealtad. Si es leal es amigo mío. Yo admiro eso como la mayor condición humana. Después podemos pasar a complicar las cosas.» Y continúa con el estribillo con que inició. Había dicho que el conversatorio saldría mejor si se repartiera antes que nada una ronda de ron. Ahora ha dicho: «Ya que el ron no viene.» Y luego de citar al amor, por ejemplo, se ha dirigido a Garzón Céspedes, agitando la conversación: «¿Cuál es la cualidad que usted más admira en el amor? ¡Te lo estoy preguntando yo a vos'». Garzón responde: «Yo creo también que la lealtad. El problema estaría en la lealtad a qué».
El conversatorio toma otro rumbo. Alguien pregunta por la tradición literaria en América Latina que en muchas ocasiones ha sido rechazada indiscriminadamente y en Cuba trata de replantearse. Onetti se desgaja. «Si tuviera que buscar una solución... lo veo como muy difícil... porque yo quisiera que la literatura latinoamericana pudiera desprenderse de ese lastre folklorista, pero que no se pudiera desprender del todo: que sigan apareciendo los problemas de América, de nuestra pobre América, pero que fueran tratados literariamente de otra manera, de una manera mucho más moderna. Claro que yo no sé lo que piensan ustedes acá. Porque, por ejemplo, en mi país, en Uruguay y en Argentina, que también es mi país, porque pasé la mitad de mi vida ahí, se ha producido ese desprendimiento de lo folklórico, de lo autóctono, pero se ha producido, para mi gusto... perdón... este... de una manera exagerada, es decir, nos hemos ido a Europa. Pongo como ejemplo claro, para que se entienda bien, a Jorge Luis Borges... puede ser amigo íntimo de Casa de las Américas (un murmullo invisible se sonríe)... pero usted se da cuenta cuando se llega a ese grado excesivo de universalidad, a esa ausencia de la realidad, porque en realidad... me estoy repitiendo...,creo que estoy fatigado... esta es una fuga de la realidad: es no querer ver los problemas de América. Ahora el señor Borges, por ejemplo, hace poco, antes de que lo echaran por ladrón a Nixon, él hizo una traducción de Wait Whitman y se la dedicó a Richard Nixon. Bueno, ya llegamos a... Y hay otras declaraciones de Borges... estoy usando a Borges como un ejemplo de lo que es esa gente de la burguesía argentina, la burguesía portería. Estoy pensando entonces si es que él se dedica a tomarle el pelo a los periodistas o si está tan ga-gá para eso. No debe estar tan ga-gá porque apenas me lleva diez años... Dijo que el problema de los negros en los Estados Unidos era culpa del gobierno de los Estados Unidos porque si hubieran matado a todos los negros como los matamos nosotros acá no habría problemas... Chau, queda contestado... Teniendo el hombre una cultura literaria asombrosa, ¿no?, yo he hablado con él; el hombre sabrá de literatura pero no sabrá lo que está pasando frente a sus narices...».
-Onetti, pero hace un rato le pedía al escritor solamente talento. ¿No se contradice?
«No. Lo primero que yo considero es que tenga talento. Ahora, yo puedo hablar de Ezra Pound glorificando a Mussolini, de Hamsun glorificando a Hitíer y sigo con admiración por las obras que han hecho. Políticamente sí que son unos degenerados, unos vivos que quieren acomodarse... Yo no veo la contradicción.»
-¿No la ves?
«Porque yo los estoy juzgando desde dos puntos de vista, desde el punto de vista humano que son unos seres despreciables, desde el literario que son admirables... ¡Yo qué culpa tengo!» Y a pesar de las risas y de la salida de Onetti ni él ni nosotros quedamos convencidos de la susodicha dualidad. Pareciera que por primera vez descubriera tan de cerca un solo fondo en el problema, aún no aclarado todavía.
El fotógrafo se ha cansado, las preguntas cortas se suceden y al atardecer la calma se confunde con el inevitable humor de Onetti. Le preguntan por El astillero y él dice que existió en la realidad.
-¿Pero hay un símbolo en él?
«¡Ahí viene la brava! No hay voluntad de símbolo, es todo lo que puedo decir ahora, después resulta que sí. Es decir, no quise hacer con El astillero una cosa simbólica y desgraciadamente hice una cosa profética. Porque hoy el Uruguay, mi país, es eso. Está viniéndose abajo así.»
-¿Usted qué opina de Jorge Onetti como escritor?
«¡Ah!, esto es ya un lío familiar, qué sé. Bueno, de Jorge he leído fragmentos de cuentos magníficamente escritos. Después hizo esa novela apresuradísimo porque tenía que tener no sé cuántas cuartillas para poder concursar y tuvo que rellenarla, esa parte final fue hecha sin amor, cosa que yo le reproché y bueno...»
-¿A qué obras suyas recuerda con más amor?
«Le contesto, sí, inmediatamente. Una cosa muy breve que se llama Los adioses creo que es mejor que El astillero. Ahora, como riqueza de temas posibles, yo señalaría un libraco que se llama La vida breve... me acuerdo que se lo llevé al editor, que era un gallego, entonces pasé a la oficina y estaba sopesando el libro como si estuviera vendiendo una libra de carne, entonces me decía, la vida breve pero la novela larga, ¿eh?»
-Usted Onetti, ¿qué piensa de Juan Carlos Onetti?
«Cosa brava... porque esas son preguntas que generalmente se hacen a media luz. Qué te voy a decir. Creo que las virtudes de Onetti son virtudes negativas. Es decir, un ser carente de ambición, ¿y qué más calumnias puedo decir sobre mí?»
A Trini Pérez, la directora del Centro de Investigaciones Literarias de Casa de las Américas, quien había hecho la presentación del escritor y quien debería de acompañarlo por tres semanas más -por lo que podría escribir unas «memorias» sobre la vida, pasión y humor de Onetti-, ya le parecía que el conversatorio había llegado a su final. Se desprendía de la expresión de su rostro. Y fue así. Onetti habló brevemente de su vida a los 66 años, del presunto ataque al corazón que había sufrido en el Habana Libre («... y sentí que estaba cerca de la muerte... y pensé en la vida»), del compromiso del escritor con la realidad, su no admisión del lenguaje como protagonista de la literatura, del afán de originalidad en los escritores jóvenes, de la demasiada importancia que ellos le dan a las técnicas literarias. Y no más.
Un aplauso cerró la tarde. Bajamos el ascensor, cruzamos frente a los helados de Copelia y al cine Yara, volvimos al hotel. El sacrificio, diría Onetti con su insolente y generoso humor, había sido consumado.
(La Habana, 20 de enero, Bogotá, 20 de febrero de 1976).
[1] Publicado en la revista Cambio, México, julio-septiembre de 1976. También, en El Pueblo, Cali, 7 de marzo de 1976, y en La Prensa Literaria Centroamericana, Managua, octubre de 1976. Incluido en mi libro Escribir para respirar. Latinoamérica: ensayos y entrevistas, Bogotá, Ediciones Opus Magna, 1998.
Excelente comentario. Me recordó al Onett que conocí en Xalapa creo que años después. No quería hablar de literatura ni participar en nada --a la misma reunión asistieron Cortázar y Gabo; el coordinador de esto fue Ruffineli--sino encerrarse en el hotel y beberse unos tragos. Me firmó sus libros así: "Para Marco Tulio. Atentamente" y me dijo: "Siempre dedico los libros de la misma forma para ahorrarme problemas de conciencia. Una dedicatoria demasiado florida me parece ofensiva para el autor y falsa para el lector".
ResponderEliminarQue buena cronica, pa'
ResponderEliminar(Le dejo a la imaginacion la tildes y exclamaciones porque este teclado no las tiene).
Hija.
¡Gracias!
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