Un poema de Eduardo Embry
Eduardo Embry nació en Valparaiso, Chile, en 1938. Estudió Filsofía y Letras en Southampton, Inglaterra. Algunos de sus libros de poesía: Poder invisble, La vaca del señor Don Gato, Cartas edificantes, Para santos y herejes, Doble clic. Hace un año publicó en Venezuela, en Monte Ávila Editores Latinoamericana, un bello libro, Manuscritos que con el agua se borran (Antología), con prólogo de Eduardo Gasca, quien lo califica como un poeta del desenfado: "Hacer poesía cuidadosamente desenfadada no es cualquier cosa". Digo que es un señor poeta.
De cómo pude poner un grito en el cielo
Al comienzo de todo, después
de vomitar todos mis santos,
me hice partidario de la doctrina aristotélica,
que obliga a sus seguidores
a pensar del siguiente modo,
“si toco un vaso con mi dedo,
este vaso será un contendor
o de agua o de leche, o puede
que esté completamente vacío,
pero su esencia no se borra”.
así, me iba por los caminos,
predicando mi arrogancia,
“no hay separación del cuerpo
y del alma”, el caballo y el jinete
son la misma cosa, decía yo a la gente,
todo lo demás son puras pamplinas,
más de un tomate y huevo
me cayeron en la cabeza
al preguntar a la audiencia
las típicas preguntas
del circo romano: “¿qué fue primero,
el huevo o la gallina?”,
hasta que vino Galileo
y puso en orden las estrellas,
vio montañas en la luna,
y lo que es más fino de todo,
gracias a la invención del telescopio
yo mismo pude poner
un grito en el cielo.
De cómo pude poner un grito en el cielo
Al comienzo de todo, después
de vomitar todos mis santos,
me hice partidario de la doctrina aristotélica,
que obliga a sus seguidores
a pensar del siguiente modo,
“si toco un vaso con mi dedo,
este vaso será un contendor
o de agua o de leche, o puede
que esté completamente vacío,
pero su esencia no se borra”.
así, me iba por los caminos,
predicando mi arrogancia,
“no hay separación del cuerpo
y del alma”, el caballo y el jinete
son la misma cosa, decía yo a la gente,
todo lo demás son puras pamplinas,
más de un tomate y huevo
me cayeron en la cabeza
al preguntar a la audiencia
las típicas preguntas
del circo romano: “¿qué fue primero,
el huevo o la gallina?”,
hasta que vino Galileo
y puso en orden las estrellas,
vio montañas en la luna,
y lo que es más fino de todo,
gracias a la invención del telescopio
yo mismo pude poner
un grito en el cielo.
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