BITÁCORA RIVERIANA (3). La edición crítica de La Vorágine (3)

 



Edición crítica 1974
Luis Carlos Herrera, S. J.

BITÁCORA RIVERIANA (3)

La edición crítica de La Vorágine

Isaías Peña Gutiérrez

 

Cuento una anécdota personal para pasar a las ediciones críticas de La Vorágine.

Como había sido jurado internacional de cuento en el Premio Casa de las Américas de 1976, tuve la oportunidad de conocer en La Habana una serie de libros publicados bajo el rótulo de “Serie VALORACIÓN MÚLTIPLE”, que editaba, con las bellas portadas de Umberto Peña, Casa de las Américas. Lo curioso de aquellas ediciones, era que no acudían al calificativo de “críticas”. Eran “valoraciones múltiples”. Menos canon, más libertad. Y entre ellas había un volumen titulado Recopilación de textos sobre tres novelas ejemplares (1971). Eran 542 páginas dedicadas a La Vorágine, Don Segundo Sombra y Doña Bárbara. Sobre La Vorágine escribían Horacio Quiroga, Arturo Torres-Rioseco, Edmundo de Chasca, Antonio Curcio Altamar, Eduardo Neale-Silva, Leónidas Morales y Óscar Collazos, además de 11 textos cortos de otros escritores reconocidos.

 Fue, entonces, me parece, que entré en contacto con la “crítica” o las “valoraciones múltiples” sobre José Eustasio Rivera y su obra. Antes, mis profesores de bachillerato, en Pitalito y Garzón, nunca lo mencionaron. Al contrario, para esa época, dentro o fuera de las aulas, en el Huila existía una atonía general frente a su vida y libros. Lo negaban o lo ignoraban. Mi generación y la anterior, todos, mataban al padre. Yo tomé el otro camino.

Por eso, pocos años después, quise continuar la labor iniciada por Trinidad Pérez-Valdés, la joven editora de la “Valoración múltiple” sobre Rivera, la de 1971. La bibliografía sobre La Vorágine era muy rica y abundante. Daba para algo más extenso que lo hecho en Cuba. Y en Colombia no se había hecho nada. Entonces, a mitad de camino en la recopilación de materiales sobre Rivera, antiguos y recientes, le pedí a la profesora Montserrat Ordóñez Vila un texto y le expliqué mi proyecto de compilación. Aceptó y pasó el tiempo sin que nos volviéramos a ver. Yo no tenía prisa. Apuntaba al primer centenario del natalicio de Rivera, todavía lejano. Hasta cuando, de pronto, apareció en Alianza Editorial la compilación de Montserrat, en 1987, un año antes del centenario. Yo archivé la mía y ella me dedicó la suya, sentí que se disculpaba (los catalanes son muy francos), “estas cosas suceden en la literatura”, me dijo, y me escribió en la falsa portada de su libro La Vorágine: Textos críticos: “Para Isaías, con todo aprecio, para continuar en la ruta”. Me devoró la selva, nunca reclamé nada y, como me dijo, riéndose, alguna vez, Esmir Garcés, mi poeta amigo: “ella lo hizo primero”. Menos mal que, por fortuna, en su prólogo sí le hizo el reconocimiento a la “Valoración Múltiple” de Trinidad Pérez, de Casa de las Américas: “de la que este libro es un eco”, aclaró Montserrat. A propósito, cinco de los siete ensayos de la “Valoración” pasaron a Textos críticos.

La antología, compilación, recopilación o muestra representativa -en la introducción, así llama Montserrat a su libro-, incluyó 37 ensayos y una bibliografía selecta (que, desafortunadamente, se ha convertido en una Biblia). Es un gran libro, pero el lector entendió mal el título. O el título, así escrito, indujo a que estudiantes, profesores y lectores leyeran mal. Porque esa no es una edición crítica de La Vorágine. Es una compilación de textos, llamados críticos, sobre la novela. Otra edición parecida, ahora sí con la novela, pero tampoco crítica, sino anotada o comentada, hizo Montserrat años después (a pesar de que ella no quería que la “casaran” con Rivera), la de Ediciones Cátedra (1990), cerca ya de su dolorosa y temprana muerte. Pero, tampoco, fue una edición crítica, sino comentada o anotada.

Esto nos conduce a la realidad: sólo existe una edición crítica de La Vorágine, la del jesuita Luis Carlos Herrera, publicada, por primera vez, por la Caja de Crédito Agrario, Bogotá, en 1974, en el cincuentenario de su primera edición.

Aclaro otra confusión: tomando, tal cual, esta edición crítica del jesuita huilense, otro investigador, el chileno Juan Loveluck, hizo la edición para la famosa Biblioteca Ayacucho de Caracas, con la única diferencia de que las notas que comparan las variantes entre la primera y la quinta edición de La Vorágine, no van a pie de página, como en Herrera, sino al final del libro (perdiéndose, creo yo, la finalidad de una edición crítica, que busca, de inmediato, mostrar la voluntad final del autor, la llamada edición establecida). Como la edición de Ayacucho es mil veces mejor que la de la Caja Agraria, todos la recuerdan y la citan, y como el crédito que se le da a Herrera aparece escondido en la página XLIV, todos lo ignoran y creen que Loveluck es el autor de esta edición crítica.

La ecdótica o ciencia de la edición viene, así sea con diferentes nombres, desde hace siglos. Yo diría, además, que cada libro trae su propia ecdótica. La escuela genética de las últimas décadas va a las raíces del texto y del autor. Pero no siempre eso es posible. Por eso, el padre Luis Carlos Herrera no incluyó el manuscrito y sólo comparó dos variantes, en 1974, la 1ª. con la 5ª. edición de La Vorágine. Sergio Calderón aún no había convenido con Ana Roda entregarle los originales manuscritos a la Biblioteca Nacional, que por casi un siglo había guardado su familia.

Esto nos hace pensar que hoy se requiere una nueva edición crítica de La Vorágine, que incluya las seis variantes, como parece que lo hará la actual gobernación del Departamento del Huila.


Comentarios

  1. Gracias profesor por sus nuevos aportes sobre la vida y obra riveriana.

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  2. Muchas gracias, Isaías, por estas luces en medio de las sombras que rodean la vida y obra de Rivera. Feliz día

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