BITÁCORA RIVERIANA (2). EXPEDICIÓN AL CORAZÓN DE RIVERA
Rivera en Yavita, 1923 |
Expedición al corazón de Rivera
Isaías Peña Gutiérrez
Nació y murió en el
camino, corriendo, haciendo cosas, algunas grandes y peligrosas. Así fue José
Eustasio Rivera. Viajó a tantas partes que hoy, todavía, algunos niegan o se confunden
con esos itinerarios. Ayer, no más, un escritor amigo me negaba que Rivera
hubiera estado en Manaos, de paso, Amazonas abajo, para Belém do Pará. Por el
contrario, otros afirman que navegó por el río Caquetá, sin que haya ningún
testimonio. Aunque sí estuvo en Florencia.
De sus infinitos viajes -nunca paró, repito-, algunos se convirtieron en
expediciones. Porque no se puede calificar de otra manera su viaje, como
secretario jurídico de la Comisión Demarcadora de Límites con Venezuela, entre
septiembre de 1922 y octubre de 1923. Se pensó que sería un viaje corto, pero
los incumplimientos de los gobiernos para con la comisión, más las durezas
imprevistas en ríos y selvas, lo convirtió en la expedición que casi le cuesta
la vida al educador, abogado, político, diplomático, parlamentario,
investigador y escritor huilense. Subir y bajar por ríos fragorosos,
tumultuosos y salvajes, desde Bogotá se veía fácil. Subiendo el río Orinoco y
bajando el río Negro, constataron todo lo contrario. Y ese viaje se convirtió
en una expedición casi imposible para la comisión demarcadora, pero, por fortuna,
crucial para alguien que, como Rivera, en secreto, se convertía en la mejor manera
de continuar la escritura de la novela que un año atrás había comenzado en Sogamoso.
Allí, metido, hundido, pescando dorados sabrosos y fiebres palúdicas, descubrió
lo que era la verdadera Vorágine, con mayúscula, así quedó en el original, no
importa que la bajen ahora.
Y como esa es la única manera de leer La Vorágine, para no perder
tiempo en interpretaciones ligeras o profundas (oscuras, diría yo), y resulta la
mejor manera de llegar al corazón del autor, propongo que todos, gobernantes y
gobernados, repitamos esa expedición de José Eustasio a cien años de su primera
edición. Podríamos ir con un grupo de periodistas de radio y televisión, con unos
muchachos de 11 de bachillerato (que no vayan esta vez al Canadá o a Cancún), con
los que quieran y puedan ir, con apoyo del Ministerio de Comercio, Industria y
Turismo, y de los ministerios de educación y cultura, y, de paso, comencemos a
integrarnos al oriente de Colombia, por donde nace el sol.
Nos vamos por el río Magdalena, de Girardot a Barranquilla, fue la ruta
de Rivera, pasamos por encima de la Guajira, luego, Puerto Cabello y la Guaira,
en Venezuela, Puerto España, capital de Trinidad y Tobago. Nos acercamos a las
mil bocas del río Orinoco, entramos con Rivera y la comisión de límites, a la
Gran Sabana, en el Vapor Venezuela subimos, siempre por el Orinoco, hasta
Ciudad Bolívar (Angostura, sí, ahí fue el famoso Congreso), nos pasamos al
Vapor Arauca para poder llegar a Caicara y sobrepasar los raudales de San
Borja. Luego, con paciencia, entraremos a Puerto Carreño, confluencia del río
Meta en el Orinoco, tierra colombiana, seguimos subiendo los raudales de Atures
y Maipures, hasta llegar a San Fernando de Atabapo. Allí donde confluyen los ríos
del mundo entero, nuestra Estrella Fluvial del Oriente: Orinoco, Atabapo,
Guaviare, Inírida. Allí esperamos un poco: ¿Cómo fue la masacre del coronel
Tomás Funes? “Funes es un sistema, un estado de alma, es la sed del oro, es la
envidia sórdida”. Allí abandonamos el viaje y comenzamos la expedición (que ya
lo ha sido). Yavita, Maroa, Victorino, ¿es Venezuela, es Colombia? Minicia,
Cariche, El Gallo, Solano, Casiquiare, San Carlos. Allí nos contarán cómo fue
la venta de los 72 colombianos por Julio Barrera a Miguel Pezil, los de verdad,
no los del mito y ya no duelen -dijo Rivera-, y bajaremos por el Guainía
convertido en río Negro, ¿Brasil, Colombia, o viceversa?, avistaremos la bella
Piedra del Cocuy, y pasaremos a Carapaná, confluencia de los ríos Negro y
Vaupés, siempre lo escriben mal en los mapas, donde Leonidas Norzagaray talaba
bosques de balata a la lata, con la anuencia del estado. La expedición al
corazón de la selva pasa por San Gabriel, Umarituba, San José, Santa Isabel, y
seguimos en el Vapor Inca hasta llegar a Manaos, donde preguntaremos en el
consulado por la suerte de los caucheros de la Casa Arana, de pronto saben
algo, y saldremos, río Amazonas abajo, tan bello, inmenso y secreto, a Belém do
Pará, para subir, de nuevo, a Puerto España, en Trinidad y Tobago. La
expedición al corazón de Rivera comienza a cerrar su inmenso e insospechado
ciclo. Volvamos a Barranquilla, Girardot y Bogotá. Cansados y satisfechos, ya
podrán entender la vorágine de La Vorágine. La otra Colombia, los otros
vecinos, los mismos.
La expedición de Rivera y sus compañeros (no todos, sólo Rivera y
Escobar regresaron por Brasil) duró un año y dos meses, del 9 de septiembre de
1922 al 12 de octubre de 1923. Difícil demarcar límites sin las herramientas
necesarias, abandonados por los gobiernos de turno, pero José Eustasio y
Melitón Escobar lo hicieron. Tacho (Eustasio) quería denunciar muertes y atropellos y
terminar la novela. Hoy, esa expedición podría ser una soberbia clase de
historia y geografía en un país marcado por la falta de memoria y que busca rescatar sus fronteras.
Antes de morir me gustaría hacer ese viaje. Ya lo hice parcialmente en mi novela Nostalgia del paraíso. Y lo hice en parte en la vida real, saliendo de Leticia. Pero me faltan todas las demás rutas, querido Isaías. Con Rivera comparto algo: el Premio que lleva su nombre. El que me otorgaron en Neiva en 1988.
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