La brega de María Paulina

En tiempo de elecciones, hablemos de temas no tan peligrosos. Hace más de una década, en Colombia, los dueños de los principales periódicos de la capital de la república decidieron acabar con los que llamábamos suplementos literarios dominicales. En los años 60, nosotros, los muchachos de entonces, sabíamos del mundo literario porque lo leíamos en “Lecturas Dominicales” de El Tiempo y en el “Magazín Dominical” de El Espectador. Allí hicimos primaria, secundaria y pregrado de literatura, arte y cultura. De allí surgieron nuestros escritores, los que ganaron o perdieron los premios nacionales e internacionales, incluido un Nobel.

    Sin embargo, llegó un momento (lo viví en “carne propia”, así se decía) en que esas fuentes de riqueza, por caprichos personales acá en Bogotá (en el resto del mundo no sucedió lo mismo), desaparecieron. (En otra oportunidad, después de elecciones, hablaremos del tema). Y, entonces, esos dos medios literarios, básicos y fundamentales para nuestra cultura, fueron reemplazados, en el caso de “Lecturas”, por un flacuchento y, por obligación, excluyente, plegable de ocho páginas con una agónica periodicidad MENSUAL. El “Magazín” fue confinado a los lunes festivos y al voluntariado de periodistas que aman la literaria.

    Incluir en ocho páginas cada MES lo que la revista cultural de Clarín, en Buenos Aires, hace en 38 páginas cada SEMANA, fue el comienzo de la que llamo la brega de María Paulina Ortiz en “Lecturas” (YA NO DOMINICALES) de El Tiempo, su directora.


    Pero quiero es hablar de otra parte de la brega de María Paulina. Ella, entre varias propuestas atractivas del mini suplemento, siempre ha incluido la sección “Entrevista con…”, donde les plantea a los escritores invitados un cuestionario piloto con preguntas sugestivas y de interés general, entre livianas y serias. Una de ellas es: “Si pudiera invitar a dos personajes literarios para tomarse una copa o un café con ellos, ¿a quiénes elegiría?”


    Todo iba bien hasta cuando la liviandad de estos tiempos indujo a los escritores a confundir los “personajes literarios” con quienes son los autores. Lo atractivo de la pregunta era plantearse un café o un trago con alguien nacido a la vida real en una novela o un cuento. Un cafecito o un tinto, por ejemplo, con Sancho Panza. Pero, no sé, tal vez, el ego (o la liviandad, digo) de algunos entrevistados los llevó a preferir el café o la copa con Cervantes, con Thomas Mann, etc. Yo, desconcertado, le alcancé a escribir a María Paulina. Ella, muy cordial, se propuso convencer a los invitados, sin que la brega cediera. Alguien propuso la copa, por ejemplo, con otro Tomás (Bernhard), tal vez, porque le tocaría con su alma bendita.

        

    Luego de eliminar la pregunta en el cuestionario, María Paulina volvió a la brega y en mayo reapareció con el chileno Cristian Alarcón, quien se decidió por sendos personajes de novelas recientes, Bobby de Una casa en el fin del mundo (1990), del norteamericano Michael Cunningham, y Brian Botsford de Mientras Inglaterra duerme (1993), de David Leavitt (ambas novelas llevadas al cine).


    Parte del encanto de esta pregunta consiste en que hay entrevistados clásicos que escogen personajes clásicos (uno los recuerda, o vuelve a ellos si los ha olvidado); y hay otros “pantalleros”, o muy actualizados, que sorprenden a los lectores con personajes cuyos nombres no recuerdan ni siquiera sus propios autores (allí toca recurrir a la señora Google, y uno, por supuesto, aprende y se actualiza).


    En fin, la brega no termina, porque María Paulina es terca y constante, por fortuna. Una cosa son los personajes literarios y otra, muy distinta, sus autores, así muchos de estos funjan de personajes.

 

 

 

Comentarios

  1. A mí me pasa que, cuando invoco a Cervantes me responde el Ingenioso Hidalgo.

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  2. Gracias, maestro, por insistir en este esfuerzo de promover la literatura y sus guerraras y guerreros

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  3. Me encanta el cafe y le doy vueltas a muchos personajes que me han cautivado pero en estos momentos cambio el cafe por un helado en compañia de el Principito de Antoin de Saint Exupery. Sigo pensando con quien me tomo el cafe.

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