Dos veces Evelio José Rosero

Evelio Rosero (1983)

Ángel Rama estudió una serie de primeras novelas latinoamericanos, para decir que allí, en ellas, ya se encontraba todo lo que habrían de ser, posteriormente, esos autores. Incluso, que esas serían sus mejores obras. No es el caso, por ejemplo, el de García Márquez, y de muchos otros que demoraron en llegar a ese tope. A mí me ha llamado la atención -no como crítico, sino como estudioso del proceso de creación literaria- ese premio de montaña que se gana apenas si se ha salido de la meta. En fin, por algo soy anti canónico. No hay normas que regulen la creación; hay conductas, acciones, comportamientos literarios, que le dan al arte esa ruta libre, desconocida y desconcertante.
Hace tres semanas dije que la primera novela de Evelio José Rosero no era Mateo solo (1984), sino El eterno monólogo de LLO (1981). Ahora quiero explicar un poco más las razones.
El monólogo de 101 páginas lo presentó en Pasto al Concurso Nacional de Poesía Awasca en 1981. El jurado, conformado por grandes poetas, lo declaró “fuera de concurso” en vista de sus altas calidades y porque no era, en realidad, un poema. Evelio para validar su participación lo había subtitulado “poema novelado”. Pero no, una biografía novelada, no es una biografía, es una novela que se funda sobre una biografía. Y un poema novelado ya no es un poema, es una novela así su lenguaje y construcción sean poéticos. Lo cierto es que, a conciencia o inconscientemente, para ese momento, Evelio había escrito su primera novela, a partir de la cual vendría una larga y exitosa vida -no sin contratiempos, sobre todo al comienzo- como narrador.
El eterno monólogo de LLO es una caja de sorpresas en todos los sentidos: está dividido en ocho “galerías” (no capítulos). “Ocho galerías bifurcantes”, dice en la nota introductoria, y con eso el lector debe prepararse para asistir -entre absorto y divertido- a una propuesta narrativa muy loca. El epígrafe lo consagra: “Yo no soy LLO / LLO son todos ustedes”. Evelio, así, rompe el conservadurismo de nuestra narrativa y sobrepasa los atisbos del Nadaísmo. Se aleja de los parámetros tradicionales. “Solo, a la deriva, LLO se ha sentido pájaro ingrávido”, comienza la Primera Galería. En ese momento, Evelio tiene 21 años y no siente ningún reato en romper esquemas. Deslumbra y uno siente (como lo sentí cuando escribí la columna de 1982) que allí emergen nuevos lenguajes, una mirada y una sintaxis ajenas a nuestros narradores, un tono virulento extraño que, tal vez, empata con otras cosas desconocidas para nosotros.
Cuando, en 1984, leí la primera línea de la que, hasta el momento, ha figurado como su primera novela, Mateo Solo, me dije: Evelio, sin dudas, seguirá deslumbrando, será un gran escritor, será el talento narrativo nato e innato, pero luego de dar dos pasos adelante, ahora da uno atrás. Así comienza Mateo solo: “Todos estábamos de pie, frente a la ventana”. Y hará con Mateo una gran novela corta, otro bello monólogo (Villavicencio, Editorial Entreletras,1984). No obstante, me dije, y no hablo de influencias literarias, sino de corrientes históricas, esta nueva y excelente novela corta suya, Mateo, ya no era Altazor, ya no era Watt, ya no era la locura que siempre hemos rehuido. No hablo de las manidas vanguardias. Hablo de la locura del monólogo de los borrachos de Rabelais en Gargantúa y Pantagruel , de las barbaridades de Tristram Shandy, de las señoras Bloom o Dalloway, de Arlt y Macedonio, del absurdo colombiano que se entreveía en LLO. De todo eso que los actuales correctores de estilo jamás perdonarían -y que ellos me perdonen.
        Algunos años después, mucho más de diez, él había regresado de batallar en España, íbamos en un bus y le pregunté a Evelio por aquella novela corta del 81, la de LLO, esa arrebatada y bella joya de juventud, ¿qué había pasado con ella?, ¿por qué no aparecía en las notas de solapa de las novelas que ahora comenzaban a ser famosas?, ¿no habían pensado los editores incorporarla al catálogo suyo? Por el gesto, por el rictus, por la sonrisa disimulada, por la ternura melancólica de Evelio, deduje que ese primer hijo había sido engendrado (no concebido) en una noche de gatos ensillados, de Walpurgis, de ballenas blancas, de carnaval de negros, de gnomos ojirrojos, de hobbits, de esa locura que él siempre ha llevado por dentro (y, a veces, por fuera) y que con esfuerzos debe contener para sobrevivir a la magna civilización occidental.
Vuelvo a Ángel Rama. En esta primera novela de Evelio (y no en las que siguieron), ya está todo su repertorio estético, su inconformidad con el mundo, su potencial narrativo y poético, sus herramientas e intuiciones, es decir, lo que serían sus cuentos y novelas posteriores, incluida La carroza de Bolívar.
Creo, finalmente, que el catálogo de las obras completas (como diría el corrosivo y querido Tito Monterroso) de Evelio Rosero debiera comenzar por El eterno monólogo de LLO.
Y ya que, con su peculiar calidad, Evelio logró convencer a los tímidos e inseguros editores nuestros y españoles -digo yo y sólo es por volver a la locura que nos hace falta-, debiera volver por los fueros “de LLO” y escribir una novela al estilo de aquellas 101 páginas de 1981 que, por fortuna, Edgar Bastidas Urresty publicó en sus Ediciones Testimonio. Ahora que con la madurez uno regresa a la juventud.


Comentarios

  1. es posible pensar en el trasteo de SU del taller de escritores para un sitio conveniente?

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  2. Apreciado maestro: estoy escribiendo una tesis de maestría para el Caro y Cuervo sobre Evelio Rosero alrededor de Señor que no conoce la luna que,a mi parecer, es un punto de fuga en la novelística de Rosero y en la de la literatura colombiana. Estoy interesado en establecer puntos de contacto entre esta novela y El eterno monólogo de Llo, también con la idea de rescatarla del naufragio de la memoria. ¿Sabe usted en dónde puedo conseguir un ejemplar? Le e escribí a Evelio y me indicó que no tiene más ejemplares. Le agradecería un montón

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  3. dar un carpetazo a ese ímpetu, a esas historias que aún, seguramente, estan por contar. La novela en ciernes, de los 70, en Bogotá, de pronto, trae ese torrente.

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