Saladoblanco
Ceiba y parque central de Saladoblanco |
Esta columna la iba a llamar, en forma
interrogativa, “¿Salado Blanco?”. La pregunta surgía de la entrevista que hace
ocho días publicó en El Tiempo de
Bogotá el periodista y escritor Francisco Celis Albán bajo el título de “Isaías
Peña, profesión: fundador” (creo que en www.eltiempo.com apareció de otra
manera). Y allí mi querido puebo natal (no debe pasar de 10,000 habitantes)
no se llama Saladoblanco: se llama Salado Blanco. Con esta observación no
quiero reclamarle nada a Pacho Celis, quien harto bregó para sacarme su
bondadosa entrevista, menos en momentos en que él le ha dado un impulso
extraordinario, con entrevistas y crónicas de fondo, a la sección “Debes leer”
que él dirige. Lo hago porque la palabra “Saladoblanco” (que si ustedes la
escriben así, unida, el computador les corregirá con rojo, y si la separan, les
dará correcto), durante toda mi vida fue una especie de “karma”, en el mejor
sentido de la palabra. Ahora, gracias a esta columna en el Diario del Huila, trataré de explicarlo. Primero, “Saladoblanco”
por su eufonía extraña (bella para mí), nadie la capta a primer oído. Siempre
que digo –porque aún me sigue ocurriendo- que soy de “Saladoblanco”, mi
contertulio me repregunta, de inmediato, como si yo fuera un marciano,
“¿cómo?”. Por eso, para no pasar por la pena de que nunca me entendieran dónde
había nacido yo, durante muchos años dejé de decir “Saladoblanco”. Y comencé a
decir y a escribir: “Soy de Pitalito, de Laboyos”. Y me inventé una disculpa
(que, por supuesto, ni mis parientes, ni los amigos de la rigidez cuadriculada
del mundo, jamás me la perdonaron): Yo era de Pitalito, aunque hubiera nacido
en Saladoblanco. Ser y nacer, comencé a usarlos a mi acomodo. La verdad: toda
mi vida he vivido en Laboyos, menos los primeros seis meses. La segunda
dificultad que tuve con Saladoblanco, mi bello pueblito, donde mis tátaras, los
Polanía, los Peña, son los fundadores, fue la de su ubicación. Una vez que
lograba hacerles entender, deletreándoles, que yo había nacido en S-a-l-a-d-o-b-l-a-n-c-o
(así, unido, como me gusta, a lo vanguardista, a lo anticanónico, a lo oral, a
lo antidiccionario Larousse o Google, a lo leyenda), la gente me preguntaba: ¿Isaías,
y eso en dónde queda? Lo intenté tantas veces y siempre fracasé. Saladoblanco,
queridos lectores, no aparecía en los mapas. Yo quedaba como un solemne
mentiroso. Y, ¿cómo se llega a Saladoblanco? Me preguntaban siempre. Y miren mi
karma. Ahora veo en la página oficial del municipio que se llega por cuatro posibles
carreteras, pero la quinta, por donde llegué hace un mes, no aparece. Mi
Saladoblanco, tierra que también fundamos, tierra de mis ancestros.
(Publicado en Diario del Huila, Neiva, 24 de agosto, 2013)
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