Un minicuento de Oscar Wilde

El imán

Había una vez un imán y en el vecindario vivían unas limaduras de acero. Un día, a dos limaduras se les ocurrió bruscamente visitar al imán y empezaron a hablar de lo agradable que sería esta visita. Otras limaduras cercanas sorprendieron la conversación y las embargó el mismo deseo. Se agregaron otras y al fin todas las limaduras empezaron a discutir el asunto y gradualmente el vago deseo se transformó en impulso. ¿Por qué no ir hoy?, dijeron algunas, pero otras opinaron que sería mejor esperar hasta el día siguiente. Mientras tanto, sin advertirlo, habían ido acercándose al imán, que estaba muy tranquilo, como si no se diera cuenta de nada. Así prosiguieron discutiendo, siempre acercándose al imán, y cuanto más hablaban, más fuerte era el impulso, hasta que las más impacientes declararon que irían ese mismo día, hicieran lo que hicieran las otras. Se oyó decir a algunas que su deber era visitar al imán y que hacía ya tiempo que le debían esa visita. Mientras hablaban, seguían inconscientemente acercándose.
Al fin prevalecieron las impacientes, y en un impulso irresistible la comunidad entera gritó:
-Inútil esperar. Iremos hoy. Iremos ahora. Iremos en el acto.
La masa unánime se precipitó y quedó pegada al imán por todos lados. El imán sonrió, porque las limaduras de acero estaban convencidas de que su visita era voluntaria.

Este minicuento del escritor irlandés Oscar Wilde (1854-1900), lo tomo de uno de los envíos de la Biblioteca Digital Ciudad Seva, muy apropiado para tiempos como por los que pasamos ahora en Colombia.

Comentarios

  1. Este cuento se me antoja parecido a la realidad colombiana: el pueblo soberano, convencido de su soberanía terminará apoyando las decisiones "sabias" de su gobierno al que no le importa una guerra con tal de no ceder un milímetro en su sabiduría. Habrá que recordarle las palabras de un viejo sabio: más vale un mal arreglo que un buen pleito

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  2. ¡Qué cuento tan curioso, maestro!
    echaba en falta leerle, pero ya estoy aquí otra vez.
    Sinceramente, ante el análisis de la doctora y escritora Martha Cedeña, no tengo palabras que agregar.
    Un abrazo.
    Isabel Gómez

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