Néstor Sánchez y Julio Cortázar
Néstor Sánchez, autor de culto, oculto
(Este texto sobre el narrador argentino Néstor Sánchez lo escribí para el diario El Espectador y apareció publicado el día 13 de agosto de 2017).
Aunque se convirtió en
un autor de culto y su destino ha sido el de permanecer oculto (al contrario de
muchos autores de culto), Néstor Sánchez no ha dejado de ser una referencia
polémica en las letras del mundo. Lo fue en la década del 60 del siglo pasado,
cuando publicó sus primeros libros. Sin embargo, las nuevas generaciones -del
80 para acá- no saben nada de él. Entre nosotros, los estudiantes de creación
literaria y los escritores jóvenes no lo tienen en sus listas. Incluso, muchos
argentinos lo ignoran. Federico Andahazi me dijo alguna vez que Néstor Sánchez
era mexicano.
Cuando publicó Nosotros
dos y Siberia blues, en 1966 y
1967, sus primeras novelas, con el entusiasmo de la Editorial Sudamericana de Buenos
Aires (el mismo año de Cien años de
soledad), se prendieron las alarmas rojas. Sánchez apenas llegaba a los 30 y
ya sus artículos críticos aparecían en revistas y periódicos nacionales (Primera Plana, Artiempo, Confirmado). Pronto
se iría contra el naciente “boom” de la narrativa latinoamericana. En 1963,
había publicado el libro de cuentos, del que renegó, Escuchando a tu hijo. Y luego con cada nuevo libro suyo –en vida, no
fueron muchos-, cambiaría la orientación de su escritura e iría buscando nuevas
rutas para su lenguaje literario. La anti-novela y las expresiones que
rompieran con todos los cánones de la historia de la literatura, se
convertirían en sus mejores banderas. Rehusó, desde el comienzo, la golosina
del mercado del libro: sentía aversión por la literatura “dedicada al buen
negocio de la facilidad y los lugares comunes” y no quiso adherir al
“compromiso” intelectual alegado por las ideologías que llegaban de Francia. Anduvo
en contra vía y se animaba con las lecturas de la beat generation, de sus
compañeros de Opium y Sunda, y de los que leía y traducía: Céline, Klossowski,
Claude Simon, Pavese, Michaux, Caillois, Enrique Molina, Madariaga, etc. Antes
de ser publicado en francés por Gallimard y reeditado por Seix Barral en
España, Julio Cortázar salió en su defensa: “No soy crítico ni ensayista ni
pienso defender a Sánchez que ya es grandecito y sale solo de noche”, “Sánchez
es un novelista muy criticado y muy combatido por el carácter experimental, muy
audaz, de su obra”, “Néstor Sánchez tiene una imaginación muy extraña y trabaja
con base en síntesis fulgurantes”, “Es un hombre que rechaza los moldes
ordinarios de la literatura”, que “está lleno de belleza porque va en contra de
todos los lugares comunes”.
Luego de sus dos primeras novelas, en 1968, Néstor Sánchez
comenzó su misterioso periplo por el mundo. Se inicia como traductor del
francés e italiano. Le otorgan la que será una de las becas más famosos entre
los escritores latinoamericanos: la “International Writing Program”, de la
Universidad de Iowa. No la resiste por más de cuatro meses y viaja a Caracas. Y
luego a Roma. En 1969, publica, dedicada a su hijo Claudio, su tercera novela,
con Sudamericana, con más variables en su escritura, siempre enmendándose así
mismo y sin dejar la posibilidad de que esta novela sugiriera otra nueva: El amhor, los orsinis y la muerte (1969).
De esta novela haría un guión cinematográfico que luego de leerlo Truffaut, le
diría: “Es un excelente guión para escribir una novela”. Julio Cortázar y Julio
Ortega la elogiarían. Mientras tanto, en 1970, prepara una antología de Cesare
Pavese para Monte Ávila de Venezuela. E instalado en Barcelona comienza a
escribir su cuarta novela, Cómico de la
lengua, para lo cual Seix Barral le dará todo el impulso necesario, así
Sánchez maldiga a los escritores del “boom”. La editorial de los “poetas” se la
juega con los dos bandos. Cortázar libra su batalla de la liberación por la
liberación. Antes, Cortázar había escrito: “A Sánchez no lo he visto nunca, a
veces me escribe unas cartas entre sibilino y retobadas”.
Esa
cuarta novela aparecerá en 1973, en Seix Barral, pero para ese momento ha
comenzado la etapa crucial de Néstor Sánchez, quien pasará de autor de culto a
escritor oculto.
Es el tiempo en que conoce a Gurdjieff y Carlos Castaneda y
se apasiona por ellos. Viaja a París donde trabaja con Gallimard como
traductor. Sigue pensando en la muerte. ¿Cómo es que no nos damos cuenta de que
todo conduce a la muerte? ¿Cómo podríamos prolongar la vida? Fueron catorce
años de fuga. Al regresar diría que simplemente se trataba de “su enorme
capacidad de generar conjeturas”. En su fuga, sin embargo, coordina talleres de
creación literaria en Niza (Francia) y en Los Ángeles (USA), y mientras tanto
aparece su cuarta novela, Cómico de la
lengua, en España (Seix Barral, 1973) y traducida al francés (Gallimard,
1975).
Cuando
vive en los Estados Unidos, bajo las orientaciones de su maestro Gurdjieff,
Néstor Sánchez sale de onda. “Viví catorce años dedicado por entero a lo que
creía una experiencia iniciática”, “Yo buscaba vivir más. Estaba convencido, en
mi enfermedad, que se podía vivir 300 años”.
En
1986, su familia lo rescata de la calle, absolutamente, deteriorado,
irreconocible, vencido. El olvido ha caído sobre su cuerpo, y sobre su nombre. Ocho
años antes, en Buenos Aires, sus amigos se han reunido para rendirle y le rinden
un sentido homenaje. Todos lo daban por muerto. Estaba muerto Néstor Sánchez,
el anti-canon, el anti-novela, el poeta que escribía novelas sin temas, el
poeta que había roto con las normas de la novela tradicional, el escritor poeta
que no había podido inventar nada en Nosotros
dos y en todas sus novelas porque sólo quería caer en el fondo de sí y de sus
amigos, del ritmo del jazz y de la poesía.
Sánchez
había sido en su juventud bailarín de tango en la compañía de su amigo de
barrio Villa Pueyrredón, Juan Carlos Copes. Desde muy joven había hecho
periodismo. Había leído poesía todos los días, más que prosa. Y en 1960 había
tenido a su hijo Claudio para que lo protegiera del olvido (sin saberlo, por
supuesto).
Los
últimos años de Néstor Sánchez, después de 1986, fueron intensos, breves.
Volvió a vivir de los talleres de creación literaria, pero decía que ya se le
había acabado la vida que podía contar. “Me quedé sin épica”. Nunca había
inventado nada en sus novelas, todo había sido la poética de su realidad. En
1988, la Editorial Sudamericana publicó su último libro de cuentos, La condición efímera, donde se destaca un
cuento titulado “Diario de Manhattan” (“que escribiré en permanencia, por
primera vez, con la mano izquierda”), lo ha dicho Federico Barea, un joven
investigador literario, editor, que ha venido a Bogotá a mostrar en la
Universidad Central el documental sobre la vida y obra de Néstor Sánchez, Se acabó la épica, de Matilde Michanie.
Néstor
Sánchez murió en Pueyrredón el 15 de abril de 2003. La policía lo encontró dos
días después.
Claudio
Sánchez, su hijo, en la editorial La Comarca Libros, ha venido editando muchas
páginas más, con sus monólogos, sus entrevistas, su didáctica, su fuego. Su
amhor y sus orsinis y su evidencia de la condición efímera de nosotros dos, de
nosotros todos.
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