Al final de la guerra

Friedo Lampe
Tuve siempre curiosidad de saber cómo construiría o compondría Patrick Modiano su novela Dora Bruder, siendo que jamás encontraría la historia cierta y real de esa niña –su protagonista-, asesinada por los nazis que ocupaban el territorio francés en 1942.
Modiano realiza el milagro de contar una historia perdida porque es un endiablado tejedor de hilos mágicos. Parte del principio –me parece- de que una historia desconocida puede ser la suma de mil historias conocidas. Tejer mil historias puede darte una sola. Dicho de otra manera, con mil sombras, yo construyo una figura. Y lo logra, y de qué manera. Supone qué le habrá sucedido a Dora Bruder porque a sus padres y abuelos les sucedió, porque al narrador-autor le sucedió, porque les sucedió a tantos otros, en medio de la brutalidad de la guerra, de la oscuridad de los odios religiosos, racistas e ideológicos. Por supuesto, al terminar la novela –que apenas son 127 páginas-, uno siente el peso, no de la desgracia de un personaje, sino del terror y la pesadumbre de miles de desaparecidos. Uno se desploma y vuelve a llorar.
De esas tantas pequeñas historias tejidas, me impresionó la que cuenta en la página 84. Es la del escritor alemán Friedo Lampe. Ocurrió al final de la guerra, en mayo de 1945, hace 70 años.
Lampe había nacido en Bremen en 1899, estudiado en Heidelberg, trabajado como bibliotecario en Hamburgo –donde comenzó a escribir su primera novela Al borde de la noche, publicada en 1933 y, de inmediato, confiscada y destruida, y su autor declarado por Hitler como sospechoso-. Pero Lampe no era judío, ni le interesaba la política; dice Modiano que la única ambición en su novela, según una carta de Lampe, era la de “hacer sensibles ciertas horas de la noche, entre las ocho y las doce, en las inmediaciones del puerto (Bremen)”.
Al final de la guerra, en 1945, Lampe vivía a las afueras de Berlín. El 2 de mayo, recorría esas calles cuando se topó con unos soldados rusos que le pidieron sus documentos. Luego lo arrastraron hasta un jardín, y allí lo mataron. Los vecinos, dice Modiano en Dora Bruder, “lo enterraron en un lugar cercano, a la sombra de un abedul, e hicieron llegar a la policía lo que quedaba de él: sus papeles y su sombrero”.
Es el absurdo aberrante y es el tejido de las historias de la guerra que le permiten a Modiano conocer la historia invisible de Dora Bruder, la niña judía que terminó sus días en las masacres de Auschwitz, que, para entonces,  nadie veía ni oía. (Normalmente, los adoradores de la guerra, los que la azuzan y la aplauden, ni la oyen ni la ven).
Lo de Lampe, el bibliotecario melancólico, descubridor de la noche y, por lo tanto, sospechoso, sucedió al final de la guerra.

Sí, al final de la (para tanta gente, de antes y de ahora) adorada guerra.

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