La biblioteca sin alcalde
He conocido ciudadades y pueblos en Colombia donde al alcalde no lo ronda la biblioteca, ni a la biblioteca nunca entra el alcalde. Dos cosas diferentes, con una misma consecuencia: el inmenso atraso cultural ciudadano.
En una oficina de la Biblioteca Nacional tienen la contabilidad de los municipios donde, en Colombia, funciona una biblioteca pública municipal. Casi todos. Pero cuando usted llega al pueblo y pregunta por ella, nadie la conoce, está cerrada, en inventarios, en vacaciones, o en reparación. El Ministerio de Educación le ofrece a los municipios unos fondos editoriales, casi siempre muy bien seleccionados y, a cambio de ellos, se les exige a los alcaldes la adecuación de una sala funcional y un encargado de su manejo. Ahí es cuando la mayor parte de ellos se rajan. Al alcalde y al concejo no les interesan las bibliotecas porque, además, poseen una imagen errada de ella. Ven siempre unos libros apolillados, cuatro mesas viejas y a unos niños gritones haciendo tareas. No ven ningún rédito político, ni económico, ni social. Y pensada así la biblioteca, nunca será algo prioritario en el presupuesto municipal.
Pero si, en cambio, él supiera lo que constituye hoy una biblioteca moderna, no sólo la apoyaría, sino que viviría dentro de la biblioteca leyendo, compartiendo con niños, jóvenes y viejos e, incluso, allí realizaría las reuniones propias de su acontecer político-administrativo. Porque la biblioteca, en los países desarrollados, dejó de ser un armatoste viejo y pasó a ser un centro social, político y cultural por excelencia. Lo han demostrado las bibliotecas de Bogotá (mayores, locales, de barrio), las que hoy constituyen la BibloRed, que poco a poco se han aproximado –con el ejemplo de la Luis Angel Arango de Bogotá- a las mejores bibliotecas del mundo. El alcalde de la ciudad, del pueblo, de la localidad, así llega entender que en su presupuesto se debe priviligiar el centro coyuntural que dinamiza el conocimiento científico y artístico y sus redes, que mueve la cultura social y que así incide en la solución de los problemas de la comunidad (las cuatro grandes bibliotecas satélites de Bogotá transformaron su entorno social).
Como me cuenta la funcionaria de la Bibliioteca de Broward, la escritora colombiana Freda Mosquera, su biblioteca cumple con esas y otras funciones: primero, es un inmenso centro de información y la más democrática de todas: de manera gratis allí se tiene acceso a libros, revistas, CDs, DVDs, música, películas, videos, con préstamos domiciliarios, préstamos interbibliotecarios; segundo, la biblioteca es un múltiple centro cultural: se dan conferencias, lecturas, simposios, se realizan exposiciones de arte, audiciones de música; y, tercero, la biblioteca presta un servicio comunitario a los más necesitados, allí tienen acceso al internet quienes no lo poseen en casa, se dictan clases, se procesan solicitudes ante entidades del Estado, se pagan impuestos, se cuidan los niños, hay servicio de restaurante y hasta existe un museo del libro.
Pero mientras no suceda eso, tendremos unas bibliotecas sin alcalde, que es como tener alcaldes sin biblioteca. Y el país, sobre todo en su provincia, más atrasado que nunca.
[Esta columna se publica, a la vez, en el diario colombiano El Periódico, Bogotá, 26 de febrero, 2009].
En una oficina de la Biblioteca Nacional tienen la contabilidad de los municipios donde, en Colombia, funciona una biblioteca pública municipal. Casi todos. Pero cuando usted llega al pueblo y pregunta por ella, nadie la conoce, está cerrada, en inventarios, en vacaciones, o en reparación. El Ministerio de Educación le ofrece a los municipios unos fondos editoriales, casi siempre muy bien seleccionados y, a cambio de ellos, se les exige a los alcaldes la adecuación de una sala funcional y un encargado de su manejo. Ahí es cuando la mayor parte de ellos se rajan. Al alcalde y al concejo no les interesan las bibliotecas porque, además, poseen una imagen errada de ella. Ven siempre unos libros apolillados, cuatro mesas viejas y a unos niños gritones haciendo tareas. No ven ningún rédito político, ni económico, ni social. Y pensada así la biblioteca, nunca será algo prioritario en el presupuesto municipal.
Pero si, en cambio, él supiera lo que constituye hoy una biblioteca moderna, no sólo la apoyaría, sino que viviría dentro de la biblioteca leyendo, compartiendo con niños, jóvenes y viejos e, incluso, allí realizaría las reuniones propias de su acontecer político-administrativo. Porque la biblioteca, en los países desarrollados, dejó de ser un armatoste viejo y pasó a ser un centro social, político y cultural por excelencia. Lo han demostrado las bibliotecas de Bogotá (mayores, locales, de barrio), las que hoy constituyen la BibloRed, que poco a poco se han aproximado –con el ejemplo de la Luis Angel Arango de Bogotá- a las mejores bibliotecas del mundo. El alcalde de la ciudad, del pueblo, de la localidad, así llega entender que en su presupuesto se debe priviligiar el centro coyuntural que dinamiza el conocimiento científico y artístico y sus redes, que mueve la cultura social y que así incide en la solución de los problemas de la comunidad (las cuatro grandes bibliotecas satélites de Bogotá transformaron su entorno social).
Como me cuenta la funcionaria de la Bibliioteca de Broward, la escritora colombiana Freda Mosquera, su biblioteca cumple con esas y otras funciones: primero, es un inmenso centro de información y la más democrática de todas: de manera gratis allí se tiene acceso a libros, revistas, CDs, DVDs, música, películas, videos, con préstamos domiciliarios, préstamos interbibliotecarios; segundo, la biblioteca es un múltiple centro cultural: se dan conferencias, lecturas, simposios, se realizan exposiciones de arte, audiciones de música; y, tercero, la biblioteca presta un servicio comunitario a los más necesitados, allí tienen acceso al internet quienes no lo poseen en casa, se dictan clases, se procesan solicitudes ante entidades del Estado, se pagan impuestos, se cuidan los niños, hay servicio de restaurante y hasta existe un museo del libro.
Pero mientras no suceda eso, tendremos unas bibliotecas sin alcalde, que es como tener alcaldes sin biblioteca. Y el país, sobre todo en su provincia, más atrasado que nunca.
[Esta columna se publica, a la vez, en el diario colombiano El Periódico, Bogotá, 26 de febrero, 2009].
Ha de bibliotecas de pueblo que he pisado yo... y ha de polillas y voraces insectos semitransparentes que me ha tocado repeler para poder avanzar de párrafo en párrafo en medio del zumbido de chicharras y ronquidos bibliotecarias...
ResponderEliminarIgual, hay excepciones.
Por cierto, después de la primera vez que pisé la Luis Ángel y la Virgilio, nunca sentí este pecho later tan veloz como cuando llegué al Parque Biblioteca de San Javier en Medellín... Y no tanto por los libros, que los hay. Sino porque parecía una colmena en la que la miel era el placer del conocer.
En fin.
Pasaba a invitarte a conocer la nueva agencia de microficción periodística: Agencia Pinocho, se llama... y su Manual de Estilo suele gustar en los talleres de escritura a manera de ejercicio de estirameiento.
http://agenciapinocho.blogspot.com
Gracias,
Editor, A-Pín.
gracias, y ya entro a ver tu blog...
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