J. M. Coetzee: Buenos Aires y Bogotá

No recuerdo cuándo, ni por qué, comencé a leer a J. M. Coetzee, ese escritor nacido en Sudáfrica, pero con conciencia de hombre ciudadano del mundo entero. Tal vez fue cuando encontré Desgracia . Y fue una desgracia porque me volví adicto a sus novelas y ensayos, a su modo de ver el mundo, de confrontar dilemas, trilemas o polilemas. A examinar al hombre en sus dimensionales sociales -sin ningún recato, sin disculpas estéticas pendejas-, o en su dimensión íntima o de pareja -sin dilaciones, sin tapujos pendejos-. Seguí leyéndolo con el miedo de verlo repetido en su "undécima" novela. Sinembargo, para algo le ha servido su encierro en Adelaida, la más tranquila de las ciudades de Australia, donde una universidad inteligente -no siempre lo son- le ofreció unas clases y alguna oficina de la Universidad de Adelaida para que, sobre todo, pensara y escribiera ficción sin repetirse, sin dejar ver técnicas ni teorías literaria (que él sabe o se inventa como un mago inagotable).
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