De viajes y fronteras
Es viajando como se
descubren las costuras del mundo. Y una de ellas, la más fastidiosa, es la que
corresponde a las fronteras entre los países. Se dice que surgieron cuando los
hombres pasaron del nomadismo al sedentarismo y cada grupo decidió separar su
territorio. Esos límites convencionales se convirtieron en la peor limitación
de la libertad del ser humano. Es la peor de todas las costuras. Porque el
planeta Tierra frente al cosmos es tan pequeño que no vale la pena limitar la
libertad de desplazamiento de sus habitantes. De esos límites, de esas
fronteras, surgieron esas odiosas categorías llamadas las aduanas, que físicas
o intelectuales sólo han servido para causar guerras y muertes. Me gustaría
imaginar o ver en la realidad a nuestro planeta sin límites, sin frontras y sin
aduanas. Pero, mientras tanto, debemos soportarlas cada vez que salimos de
viaje. He pasado por estos días varias de ellas. La primera, la de Colombia, a
la salida. Porque nadie en el mundo tiene la libertad de salir de su país sin
pedir permiso, sin dejar la constancia de que sale por un tiempo determinado y
sin decir para dónde va. En esta ocasión, asumida la obligación de quedar
reseñado, puedo decir que en Colombia el sistema se ha modernizado y ha dejado
de ser intimidatorio. Pero cuando llegué a San Salvador pareciera haber
regresado veinte años atrás. Siendo apenas un tránsito, las medidas son tan
primarias como arbitrarias. El ingreso a Los Ángeles, poco después, será muy
cómodo, pero no así a la salida para Seúl, cuando, como en San Salvador, se
usan perros, escáneres, quitada de zapatos y tratamientos que son denigrantes y
un tanto estúpidos. En general, todos los protocolos de seguridad, en un
aerpuerto, o en una carretera, son ilógicos, absurdos y tontos. La entrada a
Seúl, la ciudad sorpresa, a pesar de las bajísimas temperaturas de su invierno,
por el contrario, fue amable y cortés. ¿Por qué el paso de una frontera en la
aduana respectiva tendría que ser humillante? Es como si no fueran seres
humanos quienes migran de un país a otro, como si la convencionalidad de un
límite entre seres de una misma condición -aún no son los marcianos nuestros
enemigos- les permitiera invalidar las razones de su humanidad.
Las presuntas razones
de seguridad se convierten en las peores armas para agredir a quien se arriesga
a volar por la esfera terrestre, cuando debiera ser todo lo contrario: sólo se
hace mejor el ser humano cuando descubre que, después de la Torre de Babel, los
viajeros querían volver al origen de la única lengua y de la única nación que
fue el hombre original.
Luego de salir de Seúl,
entraré a Cambodia por el aeropuerto de Phnom Penh. Y me haré más humano. A ver
si lo logro.
(Publicado en Diario del Huila, Neiva, 21 de diciembre de 2014)
Quiero recomendarle este texto. Una de las pocas lecturas objetivas del último libro de W. Ospina: http://palabrasalmargen.com/index.php/articulos/nacional/item/pa-que-se-acabe-la-vaina-un-comentario?category_id=138
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